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Philosophia cordis

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Presentación del Centro de Estudios Humanísticos, Sabiduría Cristiana

del Dr. Alberto Berro  Miércoles 13 de septiembre de 2000

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1. Quienes hemos escuchado la enseñanza del Dr. Emilio Komar durante todos estos años, sabemos que la misma, notablemente rica en su capacidad de abordaje de los asuntos más variados, está sin embargo centrada y como anclada en ciertos puntos fundamentales, que operando a manera de principios de todo su pensamiento, orientan toda esa diversidad y le otorgan a su vez una profunda unidad.

 

-Así por ejemplo sucede con la metafísica «creacionista», según la cual, como se nos dice en “Almus Thomas”, toda cosa natural ha sido «pre-pensada» y «pre-amada» por el Creador, siendo entonces portadora de una verdad y sentido inagotable que habla a nuestra inteligencia, y de una bondad y valor también incomensurable que es capaz de movilizar las mejores energías de nuestra voluntad y de nuestra acción. (Orden y Misterio, Bs.As., Fraternitas-EMECE, 1996 pp. 27-31)

 

-Este fundamento «creacionista» es inseparable de ese «realismo vivido», a la vez cognoscitivo y afectivo, que tanto ha nutrido nuestro pensamiento y nuestra acción, según el cual, nos dice en “Para una filosofía de la filiación”, “la vida para un espíritu creado está en su apertura al orden de los seres que lo rodean y del cual él mismo forma parte, y a su apertura al Ser Increado, que es su fundamento. Apertura, que es auscultación incesante de los demás seres, de su sentido y de su orden. El realismo es saber ver, saber oír, saber subordinarse, saber renunciar a su sistema.”(Ibidem, p 148).

 

-En cuanto al hombre, la magna tesis de dignitate hominis ocupa un lugar centralísimo en su pensamiento, como un cierto Absoluto por participación, como nos lo explica en “Encarnación de los valores” (Ibid. p. 156). Una Imago Dei que se manifiesta, entre otras cosas y como lo subrayara magníficamente San Bernardo, en la libertad de la persona humana.

 

. “Rehacer el renacimiento”, proponía Komar en un curso años atrás, retomando la consigna de Emmanuel Mounier, cuyo bien intencionado personalismo se debilitaba trágicamente por el conflicto insuperable entre la afirmación de la sustancia particular, fundamento metafísico de todo personalismo, y las filosofías del ser genérico, como la que encontramos en la visión hegeliano-marxista de la Historia a la cual Mounier adhirió parcialmente. “Fuera del personalismo realista toda filosofía de la acción y de la lucha se convierte en una ideología libresca y gratuita”, nos dicen los “Apuntes Filosóficos IV”, haciendo el elogio de Paul Ludwig Landsberg (Ibid. p. 125).

 

-Lo mismo puede decirse de la tesis del homo simplex, el hombre como unidad sustancial de espíritu y cuerpo, opuesto al homo duplex cuya aguda crítica encontramos en los Apuntes Filosóficos II (Ibid. pp. 77-78) y en “Juliette o Iluminismo y Moral” (Ibid. p. 39-40).

 

-Otro componente esencial de su enseñanza radica en la necesidad de la «lectura metafísica de la realidad histórica» –de la historia humana en general, y de la historia de la filosofía en particular-. Se destacan aquí especialmente sus trabajos orientados a una reperiodización de la historia del pensamiento moderno.

 

2. Ahora bien, entre tantos y tan importantes temas «centrales» de su pensamiento, ¿por qué elegir el tema del «corazón»? Quizá lo primero que movió a quienes llevamos esta iniciativa adelante fue comprobar que a la hora de ponernos algunos de sus discípulos a escribir para lo que después se llamó Vida llena de sentido, muchos de nosotros habíamos elegido, sin acuerdo previo, temáticas directa o indirectamente relacionadas con la filosofía del corazón. Quizá también porque esta palabra, «corazón», despierta de una manera especial ecos de interés en escuchas y lectores de finales de este siglo, saturados y vaciados por el racionalismo reinante. Philosophia cordis: de honda raigambre en el personalismo del antiguo y del nuevo testamento, este magno tema agustiniense ha sido retomado por el Dr. Komar desde un tomismo que sabe reconocer sus profundas deudas y convergencias con San Agustín. En muchos ámbitos, pero especialmente en el Instituto del profesorado Sagrado Corazón, los miércoles a la hora de la siesta, muchos nos nutríamos de sus enseñanzas sobre este tema central.

 

3. Me corresponde a mí exponer brevemente las grandes líneas filosóficas del tema. Comencemos por una caracterización del término. En “Fe y Cultura”, comentando aquellas palabras del documento de Puebla que describen la cultura latinoamericana como “sellada particularmente por el corazón y su intuición”, se nos dice (Orden y misterio, p. 130): “El documento usa el término bíblico y agustiniense corazón que no excluye la inteligencia sino que la incluye, porque si tuviéramos que traducir en lenguaje escolástico este término, deberíamos traducirlo como intellectus entendido como capacidad simple de captar el sentido de las cosas (en griego nus) y la correspondiente respuesta afectiva a este simple conocimiento, lo que los escolásticos llamaban voluntas ut intellectus (en griego thélesis). El corazón no es de ninguna manera una potencia irracional, sino que –como dijo Pascal- “tiene sus razones, que la razón [meramente calculadora, razonadora] no conoce”.  “Entonces [agrega el texto publicado en Orden y Misterio] el corazón no es otra cosa que el órgano de profundidad, de penetración, del discernimiento o criticidad y entonces la «punta fina del alma», como lo definió San Francisco de Sales, lugar de grandes y definitivas opciones.”

 

Una breve aclaración de mi parte sobre intellectus y voluntas ut intellectus. El primero, contrapuesto a ratio, expresa la capacidad intuitiva, contemplativa de nuestra inteligencia, el simplex intuitus intellectus, la “potencia de la simple mirada”, para describirlo con Josef Pieper. Toda la noética realista que aprendimos con nuestro maestro se centra en este principio fundamental: primacía del intellectus sobre la ratio.  Con respecto a la voluntas ut intellectus, menos conocida aún que el intellectus, designa a nuestra voluntad como capacidad afectiva, como simplex affectus voluntatis, como lo explica Santo Tomás en la Summa (I, 82, art. 5 ad 1): es la capacidad de la voluntad para ser movida por la bondad y por el valor que se encuentra en las cosas. Se contrapone a la voluntas ut ratio, a la voluntad deliberativa, esforzada y activa. Y así como el intellectus es principio y término de la ratio, así también la voluntas ut intellectus es principio y término de la voluntas ut ratio (Ver Summa Theol. I-II, quaestiones 11 a 17). De lo cual viene a resultar que los actos simples, interiores y más profundos, los actos de lo se llama «corazón», constituyen el principio, la raíz, la fuente nutriente, y también el punto de llegada y de reposo, de todo lo que realizamos mediante el esfuerzo discursivo de la razón y de la voluntad.

 

4. A partir de esta caracterización general, quisiera continuar mi exposición procurando mostrar la profunda conexión que existe entre esta doctrina del corazón y los otros temas centrales de la enseñanza de nuestro maestro, indicadas al comienzo. Y en primer lugar, su conexión con el principio creacionista. Esta conexión se verifica en que es mediante el corazón, es decir mediante nuestra interioridad, como nos conectamos con la interioridad de las cosas: “nos encontramos entre dos interioridades: una representada por nuestro corazón y otra que está en las cosas a las cuales tenemos que penetrar”, nos dice en Fe y Cultura (Ibid. p. 130). Esa «interioridad» de las cosas no es otra que la verdad y sentido impresos en ellas por haber sido «pre-pensadas», y la bondad y el valor inscriptos en ellas por el hecho de haber sido «pre-amadas». La unión «entre dos intelectos» y «entre dos voluntades» (del hombre y de Dios) que se produce entonces en todo verdadero encuentro en profundidad con las cosas, resulta a la postre también un encuentro entre dos corazones: el corazón del Creador, y el corazón de la creatura espiritual, a través del «corazón», podríamos decir, de todas las demás creaturas en las que brilla la verdad y la bondad –y con ellas la belleza- de la Creación divina. Estamos frente a una filosofía maravillosa.

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Este puede ser el momento de hacer referencia al extraordinario aporte de la filósofa y luego carmelita Edith Stein, desde hace poco Santa Teresa Benedicta de la Cruz, que Komar supo acercarnos y hacer vivo en nosotros. Es la cuestión de la energía espiritual.

“Donde se descubrió el sentido, aparece la fuerza atractiva del valor” –bajo este título se agrega en aquella conferencia del Consudec: “Si desde el corazón descubrimos el genuino sentido de las cosas, desde allí experimentamos también los valores, esto es, la bondad atractiva de las cosas. Y dado que la voluntad no se mueve ella misma, sino que es movida por el bien (De Divinis Nominibus, 439), al corazón abierto a lo real no le faltarán energías volitivas y afectivas: por eso el corazón resulta ser también sede de la vida fuerte” (Ibid. p. 131). De allí el magnífico concepto de «motivación» que nos propone la gran fenomenóloga y santa, y en el que no se menciona pero resuena la presencia del corazón: “nosotros llamamos motivación a este poner en movimiento del alma, en el que algo colmado de sentido y de fuerza nos lleva hacia una conducta a su vez llena de sentido y de fuerza” (Cfr. Ibid.p.131).

 

5. De aquí se desprende toda una reflexión ética sobre la actitud básica o fundamental del corazón. Me refiero a esa actitud realista que encontramos en distintos momentos de su enseñanza, descripta bajo distintos nombres y matices con la ayuda de distintos autores:

 

-la rectitud del corazón, según aquél pasaje del Kempis: "si tu corazón es recto, entonces toda creatura será espejo de la vida y libro de la sagrada doctrina” (II, 4, 1, cit. En p. 132)

 

-la apertura del corazón, sobre la que ya hemos hablado.

 

-la docilitas,el dejarse enseñar ante todo por la realidad, que no se opone sino que es fundamento de la criticidad, de la cual el corazón es también órgano, según aquella frase de San Agustín sobre el amor “que discierne bien” –amor bene discernens, (Cfr. Ibid. p. 134)-.

 

-la obediencia, que es ob-oedientia, de ob-audire, escuchar atentamente lo que está enfrente  (Cfr.“Para una filosofía de la filiación”, Ibid. p. 148).

-la puissance d’accueil, la potencia de acogimiento, como potencia de receptividad del corazón frente a aquella riqueza de lo real. (Cfr. Orden y misterio, p. 154)

 

-la dolcezza, la dulzura del corazón de la cual nos habla en “Encarnación de los valores” citando a Luisetto (Ibid. p. 152)-

 

-la atención, cuyo elogio encontramos en el mismísimo Hegel (Cfr. Ibid. p.106) así como en Simone Weil.

 

-la bondad, que es esa buena disposición del corazón hacia uno mismo y hacia los demás, y que permite que quienes la alcanzan “vuelvan con alegría a su propio corazón”, según la magnífica frase de Tomás: “Es necesario ser bueno, es decir, ser recto, para no tener miedo de volver a su propio centro de iniciativas, a su espejo, su fundamento, su juez, que en el lenguaje bíblico-cristiano recibe el nombre de corazón”, se dice en los “Apuntes Filosóficos III” comentando dicha frase (Orden y misterio, p. 91)

 

-podríamos decir también castitas, en su sentido etimológico, justicia

 

–en aquél sentido amplio, platónico, que nos enseña Guardini como “la voluntad de ver la esencia de las cosas y hacer aquello que desde esta esencia resulta justo” (El Poder). Y podríamos también recordar la pureza de Louis Lavelle, que permite “ver las cosas nacer”, y la pietas erga res de Marcel de Corte, que permite valorar y respetar las cosas en su ser justo, de donde brotan inagotables energías para el alma...

 

6. La profunda conexión entre la doctrina del corazón y el personalismo cristiano salta a la vista. Séanos permitido sin embargo realizar dos comentarios al respecto:

 

-Existe una esencial relación entre la doctrina del corazón –eminentemente individual y único- con la doctrina constante del desarrollo de lo propio frente a la avalancha de las filosofías del «ser genérico». Desarrollar “lo propio” es desarrollar la propia esencia, eidopóiesis. Y esa esencia se expresa, ante todo, en el propio corazón, que Dios modela en cada uno de nosotros, como dice el salmo 32 (vers. 15)

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-Y existe una profundísima relación entre la doctrina del corazón y la de la libertad, expresada en aquél concepto de la “soberanía íntima del corazón”, que no es influenciable  (Cfr. “Encarnación de los valores”, en Orden y misterio, p. 155-156), y en el cual se cuecen nuestras opciones más profundas.

 

7. Quisiera terminar esta apretada síntesis sobre la philosophia cordis de nuestro maestro tratando de señalar sus conexiones con la vasta tarea de reperiodización del pensamiento moderno que ha emprendido, y en la que nos queda aún mucho por desarrollar y por profundizar. En efecto, la comprensión exacta de lo que significa el cor, como plexo de intellectus y  voluntas ut intellectus, reorienta toda nuestra visión de lo que se ha llamado «racionalimo moderno» y que de ninguna manera es un término unívoco. «Racionalismo» no significa sólo «desvalorización de los sentidos», que pudiera ser superada con una alianza con el sensismo mediante una síntesis entre la ratio y el sensus. Esta es la visión convencional de la historiografía oficial, que ve en la ilustración y en particular en el kantismo la superación del racionalismo, y hace de Kant la gran figura, sintética, convergente y superadora de las antinomias de la modernidad.

«Racionalismo» se entiende mejor y más completamente desde la distinción ratio-intellectus y la correspondiente entre voluntas ut ratio-voluntas ut intellectus: racionalismo es aquí ni más ni menos que la negación del intellectus en beneficio unilateral de la ratio, y correspondientemente, la negación de la voluntas ut intellectus en beneficio de la voluntas ut ratio. En otras palabras: reducción del espíritu a esfuerzo discursivo, y con ello a dominio, a fuerza extrínseca. De allí nace un nuevo homo duplex en el que los términos antitéticos ya no son espíritu y cuerpo sino razón y naturaleza, y donde el mayor exponente ya no es Descartes sino el mismísimo Kant. A la luz de esta «nueva» definición de racionalismo se entiende el racionalismo de la Ilustración, del que nos habla el clave punto III de “Juliette o Iluminismo y Moral”, que coloca en la raíz del homo duplex precisamente la negación del corazón. De donde resulta algo sorprendente: un nuevo camino de acercamiento entre Agustín y Aristóteles: la unidad del corazón implica la unidad de toda la persona. Esta negación del corazón es la verdadera clave del racionalismo, desde la cual se revaloriza toda la corriente agustiniense presente todo a lo largo de la modernidad y que ha sido negada por la historiografía oficial, y particularmente la figura de Pascal, el gran antirracionalista, que de haber vivido más de 39 años habría quizá cambiado la historia de Occidente.

Desde aquí se entienden muchas cosas que vinieron después. Por ejemplo, la reacción romántica que no supo ver en el corazón la dimensión cognoscitiva, compartiendo con su adversaria la ilustración la identificación entre conocimiento y ratio. O también el surgimiento del vitalismo, que buscó las energías en lo inferior, y puso al «espíritu» como adversario de la vida –en forma bien opuesta a la definición de Stein, según la cual el espíritu es sentido y vida, o mejor, una vida llena de sentido. Pues el núcleo de esta «vida llena de sentido» en nuestro espíritu radica ni más ni menos que en la potencia de acogimiento de nuestro corazón. Y muchos otros fenómenos de nuestro tiempo, que por no haber recuperado plenamente el concepto de «corazón», no ha podido aún superar aquél racionalismo, a pesar de múltiples intentos.

Fotos del día de la inauguración
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